Frente a Frente: Chevrolet Cruze HB vs Mazda 3 Sport, tamaño contra eficiencia

En el mercado automotor chileno son los hatchback pertenecientes al segmento C los que gozan de la mayor aceptación por parte de los compradores, pese a que la variedad, en el último tiempo, ha decaída de forma considerable; no hay tantos exponentes como quisiéramos.

Ahora bien, en un nicho comercial tan interesante resulta lógico querer competir, formar parte de él, por lo que ningún fabricante quiere quedarse sin un trozo de ese pastel. Hay marcas a las que identificamos mejor con el citado segmento, como Peugeot y Volkswagen, y en segundo plano quedan fabricantes como Citroën, Ford, Hyundai, Mazda, Renault y Toyota, a los cuales no les ha sido tan fácil ganarse un puesto en la primera fila.

El segmento C representa el 8% de las ventas totales del mercado nacional, con un promedio de 535 unidades comercializadas mensualmente. Considerando estos números nos resulta lógico que un nombre ajeno a este formato esté interesándose por participar, por no quedarse fuera e intentar arrebatarle ventas a los actores hegemónicos. En resumen, el Chevrolet Cruze HB desafía al Mazda 3 Sport, en una lucha que podríamos denominar “tamaño contra eficiencia”.

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Utilizando el sexto sentido

La firma estadounidense Chevrolet vio una gran oportunidad en el segmento C, y nada mejor para aprovecharla que desarrollando la variante dos volúmenes del Cruze, uno de sus más consolidados productos globales.

A simple vista nos queda claro que el Cruze es más voluminoso, con una plataforma que mide 4.665 mm de largo, 1.807 mm de ancho y que tiene 2,7 metros de distancia entre ejes; se eleva hasta los 1.484 mm. En cambio la propuesta de Mazda se queda en 4.460 mm de largo, 1.795 mm de ancho, 1.465 mm de altura y 2,7 metros de entre vías. Curiosamente ninguno de estos ejemplares destaca en el ítem capacidad de carga, ya que el Chevrolet ofrece 317 litros, apenas 3 litros más que el compartimiento del Mazda 3 Sport (314 litros).

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El Cruze está equipado con un motor turbo gasolinero de 1,4 litro, con erogues de potencia y torque de 150 CV y 245 Nm, respectivamente. Se puede optar por una transmisión mecánica de seis velocidades o bien por una automática con igual número de cambios. La gama considera las citadas dos versiones, siendo la única diferencia el tipo de transmisión. La unidad mecánica cuesta $14.490.000, cifra que suma un millón de pesos cuando se elige la caja automática ($15.490.000).

La propuesta de Mazda es más amplia, con cuatro versiones entre las que se puede elegir un motor gasolinero de 2 litros con 153 CV y otro bloque alimentado con gasolina de 2,5 litros y 185 caballos. Se trata de los afamados impulsores de la familia SkyActiv-G, cuyas principales cualidades son la eficiencia en el gasto de combustible y el alto performance ofrecido. También hay dos alternativas de transmisión: mecánica de seis marchas y automática con igual número de desarrollos. En este caso la escala de precios va desde $13.090.000 hasta $16.790.000, lo que significa que el modelo japonés es más asequible que el ejemplar de cuna estadounidense.

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En lo relacionado con la valoración de marca, está claro que Chevrolet no goza de los mismos privilegios que Mazda, principalmente porque la firma nipona está catalogada como una marca aspiracional, mientras que Chevrolet es generalista a secas. No obstante, el valor que posee el corbatín, en términos de reventa, es ostensiblemente mayor que la insignia de Mazda, nombre que además produce cierto grado de reticencia en los usuarios que se rehúsan a gastar elevadas sumas de dinero en las mantenciones obligatorias.

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Por una parte Chevrolet ofrece buen tamaño y un logotipo que es equivalente a llevar dinero en efectivo. Por otra, Mazda entrega tecnología de avanzada en pos de la eficiencia, claro que a cambio de algunos gastos secundarios.

Tomando versiones similares de estos ejemplares, notamos que la calidad interior y el equipamiento son casi idénticos en ambas unidades, por lo que para decidirse por uno de estos hatchbacks sólo debemos escuchar la voz interior, ese sexto sentido que siempre nos dice con qué persona, lugar u objeto de consumo nos sentiremos más a gusto. ¿Una decisión de piel?, claro que sí, pero cuando no existen ventajas determinantes, lo mejor es decidir de ese modo.